02 dezembro 2009

La psicología de Jung: Ciencia y Fe unidas en el intento de curar

En la base de la psicología analítica está la paradoja. Para Jung, la mezcla de opuestos y su síntesis es el eje de la psique y de la comprensión del mundo en que vivimos.
Jung ha logrado parte de este desafío en su propia identidad académica, uniendo FE y CIENCIA en su trabajo y proponiendo que la propia naturaleza humana es dual y llena de paradojos. Desde entonces, los científicos lo clasificaron “místico” y los religiosos, “hereje”.


Pero conociendo las fuerzas del inconsciente como muy bien las conocía, yo creo imaginaba cuán difícil seria desarrollar un lenguaje para intentar aclarar-las al mundo. Se utilizó de la filosofía, del arte e incluso de la ciencia, aun que supiera que jamás esta la abarcaría por completo. Y aun que fuera médico y un gran científico, se puede hallar en su obra demasiado interés por todo que se trate del alma o de la transcendencia del hombre.

La plenitud de la vida es racional e irracional. La vida irracional tiene el mismo derecho de ser vivida y Jung una vez más nos acuerda de la unión de opuestos. Por eso, me parece importante que los psicólogos modernos tengan conocimiento acerca del cuerpo humano y su fisiología, que comprendan los procesos neurológicos y incluso que dominen las teorías diversas sobre la mente humana, pero ya se sabe hace tiempo que un verdadero curador del alma es aquel que ha triunfado sobre su propio inconsciente, es lo que ha soportado la invasión del colectivo, con sus demonios, miedos y desafíos. O sea, aquel que sepa hablar el lenguaje del corazón.

Es difícil que uno posea la empatía real con relación al grave sufrimiento psíquico de sus pacientes desde punto de vista teórico, basando-se solamente en todas las reglas que ha leído y estudiado.
No se debe restringir los estudios del alma en lo científico puesto que la propia naturaleza del hombre es humana y divina a la vez. Y aún que los científicos lo intenten, el pensamiento mágico y su poder anímico jamás serán definidos empíricamente.

“El saber no nos enriquece; por lo contrario, aléjanos cada vez más del mundo mítico.” Jung

Lo que la razón no puede comprender no se debe reducir en las academias, ni tampoco ser limitado, muerto y disecado por el intelecto, sino hallado en la naturaleza, en los sueños, en los ritos y en el arte. En sitios donde el alma pueda encontrar sus imágenes y manifestarse con toda su fuerza y natural “sobrenaturalidad”.
De aquí viene mi simpatía particular por las filosofías paganas. La identificación de lo arquetipal con la naturaleza. No hay divinidad más completa para recibir nuestras proyecciones y devolverlas en experiencias.

Esta visión orgánica del mundo, si fuera comprendida y desarrollada por la ciencia, podría representar el nuevo mito de occidente: la reconciliación entre la ciencia y el espíritu, la añorada sensación de pertenencia, que trasciende a la cultura occidental y va más allá del tiempo y el espacio.
El cristianismo por ejemplo, a pesar de su incomparable propagación, no tiene en sus dogmas la calidad de ser original y de abarcar por completo la plenitud de la vivencia espiritual. La grande mayoría de las religiones que se basan en Dioses con rasgos humanos, que reflejan incongruencias humanas, no pueden soportar por completo la propia espiritualidad humana, tan paradoxal y dinámica. Dioses políticos crean religiones mientras que dioses del instinto crean espiritualidades espontaneas. Y cada uno tiene el Dios que merece, que su grado de evolución lo permite vivenciar.

Según Gaudí "La originalidad consiste en volver al origen". Si es así, nada más original que encontrar en la naturaleza y en los astros del cielo las imágenes arquetipales del alma. Desde el principio Sol y Luna fueron reconocidos como divinidades, no necesariamente con personalidades propias y voluntades conscientes sino como perfectos símbolos de la proyección de lo sagrado, no solo por sus dimensiones divinas y por sus beneficios a la especie humana como principalmente por su existencia primordial a la nuestra.

La palabra arquetipo, en su etimología, significa imagen primordial, el patrón ejemplar del cual otros objetos, ideas o conceptos se derivan. Esa imagen, como símbolo de algo inconmensurable, en sí misma no necesita definiciones. Velar por los arquetipos es un intento de domesticar a Dios desde nuestra perspectiva humana y terrestre. Pensar que Dios necesita dogmas es como pensar que el tiempo necesite reloj, o que el sol necesite calendarios… Nuestra “opinión” (palabra con que los primeros filósofos definían dogma) acerca de un símbolo no importa nada para el símbolo en sí.

Lo que pasa es que nuestra especie todavía necesita de doctrinas fijadas, herramientas que marcan el tiempo y reglas para el Sol cumplir, cada día del año.
Pero un arquetipo sugiere un aspecto de la vida que posee inagotables interpretaciones y que finalmente elude los esfuerzos del intelecto por tenerlo o contenerlo. Uno nunca podrá alcanzar las profundidades de sus múltiples significados.

El hombre contemporáneo (cuya conciencia avanzada ha olvidado el contacto con la esencia de las cosas, a diferencia de las culturas arcaicas y naturales) sigue siendo llevado a perder progresivamente su identidad participativa en el cosmos.
En nuestra época actual, años después de Jung y de religiones dogmáticas, el ZEITGEIST contemporáneo es de renovación y reencuentro con el natural pero sin los perjuicios de la razón.

La propia sociedad moderna (Europa) vive el mito del héroe, alejándose de su origen natural, desarrollando el pensamiento científico y luego, se supone, volviendo con consciencia a su inconsciente. Pero esa vivencia del natural todavía es el desafío moderno. La evolución de su conciencia desde el animismo primitivo, a través del racionalismo estéril, hacia una relación armoniosamente equilibrada entre ciencia y espiritualidad es todavía un proceso.

La fuerza creativa se identifica, en este caso, con la naturaleza misma, el vehículo a través del cual se cumple el misterio divino de la vida, caracterizada por el eterno movimiento cíclico, en la cual las fuerzas místicas se reforman, renuevan y reencarnan continuamente.

En las filosofías paganas y neo paganas son comunes en un sentido muy parecido, en el cual ponen el acento sobre la naturaleza. La naturaleza en cuanto a lo sagrado.
El motor que causa el nacimiento, el crecimiento y la muerte de las cosas o bien los eternos ciclos de la vida, es el espíritu divino mismo, permanente en el cosmos. Son las divinidades que están en el universo, las que lo plasman, modelan y modifican, dando la vida.

Los dioses son conceptos junto a las fuerzas creadas que hacen que la materia se agregue y forme todas las cosas que existen en la naturaleza, son perceptibles en el mundo que el hombre habita.

Paul Klee, que puede considerarse el poeta de los pintores, dijo:

“Es misión del artista penetrar cuanto sea posible en ese terreno donde la ley primordial alimenta el desarrollo... Nuestro latiente corazón nos lleva hacia abajo, muy abajo del terreno primordial.”

Para las personas dañadas en sus sentimientos, que todavía necesitan de la “cura animarum”, para la gente que todavía no está enferma, pero necesita de ritos, catarsis, fe y búsqueda de autoconocimiento, para los artistas que jamás se “rendirán” a un psiquiatra, para los que necesitan sentir y criar o apenas concretar su mito particular, la vivencia del Sagrado, con sus símbolos y poder de transformación es imprescindible.

Es más, para la formación del carácter de los niños y de su fuerza psíquica, la cercanía a sitios naturales y hábitos de conexión con los misterios de lo natural, los llenan de fuerza y conocimiento acerca de sus deseos natos, indicios de su individualidad. La proximidad con la naturaleza y sus fuerzas, también aporta sabiduría a la formación de la psique del individuo. Más que reglas, necesitamos creatividad.


Y si todas las deidades residen en el corazón humano, necesitamos más que antidepresivos, cirugías de revascularización coronaria y religiones restrictivas para nuestra salud integral.


Ps. Todas las imágenes son del Libro Rojo de Carl Gustav Jung

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