18 julho 2010

COMPLEJOS

Hablar del término complejo en la psicología junguiana, aunque sea una de sus más básicas terminologías, no es para nada sencillo. La palabra se ha vuelto expresión popular y hoy significa más cosas de las que había planteado Dr. Jung.

Al ser nombrado jefe de la clínica del Hospital Burgholzli en Zurich, dirigido por el profesor Bleuler, Jung se dedicó a los experimentos de asociación de palabras que probaron objetivamente la existencia del inconsciente reprimido y de donde el sacó el concepto de complejo. El descubrió por ejemplo, que el tiempo empleado por el paciente en reaccionar a determinada palabra estaba sometido a oscilaciones de apariencia irracional. Eso lo llevó a definir, entre los años de 1902 y 1903, lo que él llamó complejo afectivo. Desde entonces Jung empezó a trabajar su teoría de los complejos.

Descritos como pequeñas islas de fantasía, los complejos contienen un “quantum” de energía psíquica. Son fuertemente afectivos e incluso capaces de actuar sobre el Yo como una posesión. Los complejos ya eran conocidos en la psiquiatría de la época, lo que hizo Jung fue relacionar estos “cuerpos extraños” al inconsciente reprimido y luego al inconsciente colectivo.

Los símbolos presentes en los complejos fueron las semillas para después conceptuar las imágenes como expresiones de los arquetipos, matrices del inconsciente colectivo de la humanidad.

Los complejos son resultados de una colisión entre realidad interna y realidad externa. El núcleo de los complejos contiene tanto elementos de la experiencia emocional vivida (trauma) como elementos de la condición instintiva (arquetipos).

La teoría de los complejos y su desarrollo son las piedras fundamentales del pensamiento Junguiano, que relaciona la vivencia personal e histórica de los pacientes, con un conjunto de representaciones innatas y específicas de la especie humana, los cuales corresponden a contenidos psíquicos propios de los instintos. Es decir, los arquetipos.

Los complejos son parte fundamental de la constitución de la psique, en si mismos los complejos no son patológicos. Se vuelven patológicos en cuanto mas autónomos son. Es la posesión del Yo por estos cuerpos extraños que define la patología y no su simple existencia. Jung compara este aspecto autónomo del complejo a la teoría medieval de la posesión demoníaca que tanto fue utilizada por los tribunales de la inquisición. Este espíritu poseedor toma la psique, absorbe la energía psíquica y se manifiesta de forma intermitente. Cuando poseída por un complejo, la personalidad se altera como un todo. Los tonos de voz, la intensidad emocional e incluso los latidos del corazón cambian su ritmo.

Para Jung, es en la relación del yo con el mundo que un complejo se origina. También es en esta relación con el mundo que un complejo será asimilado o no. Estas disociaciones no se originan en los fundamentos del psiquismo, sino que se forman y se actualizan a lo largo de la vida. Eso es decir que el modelo junguiano de la psique no se desarrolla a partir de los conflictos entre las instancias psíquicas (ego, superego e id) como en el modelo de Freud, sino se basa en los complejos y su integración.

Luego, toda la teoría junguiana se centra alrededor de los complejos y en el esfuerzo de comprender-los y asimilarlos.  Jung dijo que los complejos obedecen a altibajos. Pueden desaparecer por días, semanas, meses y luego volver a activarse. Cada vez que el complejo es activado, si está bajo un trabajo analítico, hay una potente liberación de energía, hasta que, en dado momento, se integra.

Integrar los complejos es la principal tarea de la psicología analítica. Para eso, Jung sugiere el diálogo entre el Yo y los complejos. Entretanto, no hay diálogo en tiempos de calma. El mejor momento para establecerlo es cuando aparece un afecto avasallador. En este momento, los pensamientos y las imágenes de los complejos inconscientes aparecen en la consciencia y sus contenidos salen a la luz.

Muchas de sus manifestaciones son representaciones simbólicas, expresas en los mitos e imágenes arcaicas, presentes en el alma del mundo, en el inconsciente colectivo. Desde esta perspectiva Jung construyó el concepto de arquetipo colectivo y el método de amplificación. De esa manera, él podría unir las fantasías delirantes de sus pacientes con las representaciones mitológicas de los pueblos antiguos. Con esta amplificación mítica, Jung esperaba que sus pacientes no estuvieran tan solos y aislados en sus delirios a la vez que alguna integración consciente de esas fantasías pudiera ocurrir.

Hay que aclarar que las fantasías impersonales también se dan en personas no enfermas, pero que están en su camino evolutivo, en el camino de la individuación. Todos nosotros tenemos nuestros huéspedes. Algunos viejos amigos, otros extranjeros desconocidos todavía.

Pero hay un momento en que ya conocemos mejor quien “habita nuestro cuerpo”, quien actúa en nosotros y todavía eso no es suficiente. Las posesiones siguen ahí para nuestra desesperación y la despotencialización del complejo no ocurre. Nos podemos incluso plantear si estamos en la dirección correcta ya que ahora estamos conscientes de tal figura, mirándola a la cara y todavía no la podemos derrotar. A veces nada parece vencer la fuerza demoníaca de un complejo. Ni la consciencia, ni la inteligencia mercurial, ni el deseo de redención.

Es exactamente la tensión fuerte de la confrontación con el complejo, la oportunidad de trabajarlo. Se puede decir que existe la posibilidad de que la actuación tan fuerte sea justamente un indicador de que el complejo empieza a perder la guerra, como si este punto álgido fuera el último y desesperado ataque del “demonio”.

Entonces, el yo empieza a darse cuenta de las bases colectivas en que están basadas sus actitudes y de la alienación que eso ejerce sobre su personalidad. Con eso, va liberándose de las fantasías de poder, placer, saber... y de sus miedos inexplicables.

Como sabemos no hay complejos buenos y complejos malos. Es demoníaco y devastador cuando es autónomo. Aceptarlo, acomodarlo, invitarlo a la mesa de la psique es la única salida. Los primitivos a su manera lo hacían, cuando en sus altares prendían velas a los demonios igual que para los dioses. En algunos cuentos de hadas cada vez que alguien se olvidaba de la décima tercera hada esta volvía para vengarse, tal como lo ejemplifica el cuento de la bella durmiente...

Recibir en la conciencia estos demonios y brujas es por donde se debe empezar el trabajo analítico. Si esperamos el tiempo cierto, con “constancia en la adversidad” como lo hacían los alquimistas en su obra, el diablito, ahora nuestro huésped, también se transformará y nos enriquecerá.



Sergio Mora

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